Adultos mayores que desean morir en su hogares
Un grupo importante consideran que al estar transitando los últimos días de vida en su casa:
Tiene menos intimidad en su casa que en un hospital. En este, el cuidado de las funciones corporales es rutinario e impersonal. En su casa, el paciente está sujeto a la humillación que supone que los familiares se ocupen de sus necesidades físicas.
Que los enfermos quieren evitar que sus seres queridos los vean desnudos o incontinentes, tal vez deseen estar solos para llorar, para dar rienda suelta a su enojo, a su angustia y a su dolor. En un hospital, existe la posibilidad de expresar en privado estas emociones. En casa, siempre es hora de visita, los enfermos en cierto modo se han de reprimir.
El cuidado prestado por personas extrañas puede significar sentirse exento de culpa. Muchas personas no quieren ser una carga para los suyos. En casa existe el peligro de sentirse una carga, un sentimiento de culpa por estar necesitado, que se puede sumar al propio dolor de la enfermedad.
Demasiado cuidado también puede provocar emociones incómodas en las personas que lo prestan. Los familiares pueden pensar que se les obliga y después sentirse culpables de estos pensamientos. Las relaciones con el enfermo se pueden hacer más tensas y distantes, en vez de estrecharse.
Por estas razones no hay que dar por supuesto automáticamente, que en todos los casos, incluso en los que exista una familia dispuesta a cuidar del enfermo, éste se encuentre mejor si espera la muerte en su casa. Por lo cual es sumamente necesario escuchar qué es lo que quiere la persona moribunda y dentro de las posibilidades cumplir sus deseos.
Muchas personas no tienen familiares que puedan asumir el cuidado en el hogar, con lo cual se debe recurrir a un hospital. Incluso cuando los seres queridos del enfermo se deciden por la atención en casa, la angustia o las exigencias físicas del cuidado pueden ser abrumadoras, y el enfermo termina por ingresar en un hospital o en un hogar de ancianos en la fase terminal de su vida.
En consecuencia, los esfuerzos para tener una muerte digna, se centrarán en humanizar el principal lugar donde se producirá la muerte, la casa de la persona, el hospital, el hogar de ancianos o el geriátrico.
Inicialmente, la asistencia a moribundos se realizaba en centros en el que se internaba al enfermo. Hoy el énfasis se pone en prestar la ayuda que permita a la persona morir con dignidad en su casa. Profesionales que asisten al enfermo en su casa y le prestan a tiempo parcial o total a los cuidados que le alivien su situación. Incluso, aun con el apoyo psicológico necesario, a algunas familias les puede resultar demasiado angustioso tener que asumir la responsabilidad de ocuparse de las terribles crisis que supone una muerte inminente.
Hoy en día, los centros de atención de cuidados al enfermo terminal han incorporado muchas de las estrategias utilizadas en la atención domiciliaria. Los médicos pueden suministrar tantos medicamentos como sean necesarios para controlar el dolor en la fase terminal de la vida. En algunos casos a los pacientes se les saca de las unidades de cuidados intensivos cuando están a punto de morir. Se les desconecta de los aparatos y se les concede todo el tiempo que deseen para estar con sus familias durante sus últimas horas. Es habitual que tampoco se apliquen las normas de visita en los últimos días del enfermo. Incluso se han creado unidades de cuidados paliativos en los hospitales, a las que se puede destinar a los pacientes en sus últimos días o semanas de vida. Los enfermos de las unidades paliativas, está demostrado que, expresan más las emociones positivas y presentan menos actitudes de enojo. Están menos angustiados por la agonía y la muerte, que si permanecen sus últimos días en una sala tradicional.
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